En la tristeza de tus ojos me desbarranco, dejándome
caer libre de toda atadura y sabiendo que
quizás no haya una red de protección al final de este peligroso salto,
pero sabiendo que eso ya no importa mientras disfruto de esta caída que es tan
cercana a un vuelo que no termina. Emocionado por el sonido de tu voz me
sumerjo en vos y voy buceando mucho más profundo,
por debajo de la superficie de tus palabras y así me voy hundiendo dentro tuyo sin temor y sin sospecha porque sé que
es lo que desde siempre tendría que
haber sido, lo que estaba prometido. Me pierdo en vos al mismo tiempo que me descubro
nuevamente a mí mismo. Me voy alejando y acercando a ese lugar que nunca he
visto y que sin embargo sé que siempre ha existido muy pero muy adentro mío. Me
voy enredando en vos y me voy mareando desasiendo las barreras que me apartan
de este y otros tantos mundos, desvaneciéndome en la brisa que es el soplo de
tu boca y esparciéndome en la intimidad de un absoluto al que aún yo no
comprendo pero que siento vivo en todos los
centímetros de mi ser que está vibrando. Y así de pronto exploto en
cientos de direcciones y de dimensiones hacia arriba en lo alto e inalcanzable así
como hacia abajo en lo misterioso e inimaginable; estallo hacia el sur, el norte,
el este y el oeste de todas las estrellas y de todos los vacíos convirtiéndome
en una sola voz dentro de miles de millones y en una gota más que no está sola
porque formo parte de una lluvia de ilusiones que desciende desde el cielo
hacia el suelo fértil de la vida misma. Y me pierdo en vos para siempre, me desvanezco
en el brillo de tu mirada y me voy, me voy, quizás un poco demasiado aprisa refugiándome en el abrigo de tu inagotable presencia, dejando de ser para
poder seguir viviendo, para poder seguir sintiendo cómo la soledad desaparece al mismo tiempo
que me desbarranco en el infinito de tu espíritu.