Desarmado
me encuentro hoy ante el dolor que como si fuese un viento corre salvaje en mi
interior. En algún momento me tuvo arrodillado ante sus pies, yo dispuesto a
sacrificar mi alma y mi vida entera a cambio de que me dejase de torturar, pero
en aquel momento obscuro y asfixiante supe que caer en la locura no me
aliviaría del sufrimiento sino que me traería más aflicciones y problemas y que
me llevaría a un laberinto del que me
seria ya imposible escapar.
Y entonces opte por simplemente enfrentar esta
tremenda y profunda herida que el amor me dejó. La miré a los ojos y le dije:
“dame tus mejores golpes que yo los soportaré” y aunque casi enseguida de
pronunciar esas palabras me arrepentí, aún estoy aquí, no de pie sino caído
intentando levantarme, no completo sino deshecho en mil pedazos que con
temblorosas manos trato de juntar, no del todo vivo pero respirando
dificultosamente mientras desesperadamente intento: olvidar, razonar, entender,
descifrar, comprender, perdonar, todo a la misma vez preguntándome cómo es
posible que el amor se haya convertido hoy
en una herida mortal.
Aturdido y confundido vi pasar los días y con
ellos alejarse a quien tan profundamente amé llevándose consigo el puñal bañado
con mi sangre, ese puñal que nunca sospeché ella poseía y que en un acto de
locura, de odio y de desdén clavó en lo más hondo de mi corazón.
Las noches se han vuelto frías y los días se
han quedado vacíos, mi alma es desbordada por un sufrimiento que se hace sentir en una profundidad de mí que
me era desconocida.
Hoy he
quedado más solo que nunca, más solo de lo que estaba antes de encontrarla a
ella a quien tanto amé y esa soledad se suma a ese huracán de sentimientos que
golpea con toda su fuerza mi piel.
La lluvia helada sigue cayendo y el viento
cortante sigue soplando, no estoy seguro
de cuándo será que pase esta tempestad, a veces parece calmarse tan solo para
sacudirme después con muchísima más furia, mientras yo sigo avanzando
lentamente a través de las largas horas sin saber exactamente hacia donde voy
pero intentando mantenerme en movimiento porque sé muy bien que el quedarme
quieto en esta que parece una infinita noche sin estrellas no es la mejor
opción.
Sigo temblando de tristeza, frío y soledad
pero también estoy aliviado de saber que lo peor ya pasó, que el momento más
obscuro ha quedado a atrás, ese innombrable instante en el que todo el amor de
uno se convierte en una gigantesca herida que no parece nunca dejará de
sangrar, ese escalofriante momento en que uno siente que todas las luces se han
apagado y que uno está punto de caerse de esa cuerda floja por la que caminamos
en el circo de la vida y a la que llamamos razón.
La comida ha perdido su sabor, la naturaleza
ha perdido su color, los sueños de los dos están ahí destrozados y tirados en
un rincón, los años vividos juntos se han convertido en una mentira y es
imposible ya mirarnos a la cara sin sentir dolor.
Estoy aquí arrodillado del otro lado de la
cara de esa moneda tan preciada que se llama amor, estoy ahí en el lado obscuro
de esa palabra tratando de volverme a levantar rogando que la lluvia de
tristeza deje de caer y que el viento de sufrimiento deje de una vez por todas
de soplar, estoy aquí esperando mientras miro hacia el horizonte que en algún
momento llegue el amanecer para convertir en pasado esta profunda y pesada
noche de mi ser.