Todos los
soles del mundo quemando los ojos rotos de quienes se han perdido en sus internos
laberintos, todas las lunas del cielo que en las noches frías vigilan como nos
devoramos los unos a los otros en este juego eterno de sobrevivencia ante la
indiferencia.
Tantas
ciudades y calles que nos llevan hasta el mismo rincón del que en un principio
intentamos escapar. Corremos desesperados perseguidos por el temor de la
soledad en un universo demasiado
infinito, nos atropellamos unos a otros mientras nos aturdimos para escapar al
inmenso silencio que vive en nuestro interior. Desesperados nos perdemos en
esta vida buscando algo que nos es ya imposible nombrar o tan solo recordar.
Es en esta ciega búsqueda que en
la selva de la existencia nos lastimamos, nos amamos, nos odiamos nos
reconciliamos, nos encontramos y nos abandonamos una y otra vez. Es en esta
carrera que nos desbarrancamos en profundas noches de tristeza a las que le
siguen días de enorme felicidad que nos arrojan a otras noches aun más obscuras
de las que a veces parece no podremos escapar. En el medio de las tormentas y
la confusión nos aferramos a ilusiones que en un segundo terminan despedazadas
en nuestro corazón y aún así después del
desierto y después del dolor de la
desesperanza nos volvemos a abrazar a otro nuevo sueño que nos ayude a olvidar
el horror pasado y que nos dé aliento para continuar caminado con la mirada
fija en ese incansable horizonte que tanto deseamos sin saber porqué.
Perdidos
bajo todas las estrellas en un mundo que no es más que el reflejo de nuestro
propio ser, con todos nuestros deseos, nuestros miedos, nuestros placeres,
nuestros dolores y alegrías materializándose en una realidad que es cada vez más
compleja, intrincada e incomprensible. Perdidos en nuestros callejones
intentando abrir puertas para encontrar la salida, perdidos en nuestros hogares
intentando cerrar las puertas en las que guardamos nuestros temores,
inevitablemente perdidos construyendo más puertas y más avenidas, creando nuevos sonidos que oculten ese aturdidor
silencio que es siempre el recuerdo de nuestra soledad en medio de la multitud.
Pero
entonces con suerte, después de infinitas idas y venidas, después de cientos de
alegrías e incontables llantos, en un fugaz instante único se produce aquello
que ya creíamos imposible, ocurre que nos encontramos a nosotros mismos, que es
lo que tan desesperadamente hemos estado buscando desde el comienzo del
principio. Estaba justo ahí en el sitio más olvidado, precisamente ahí detrás de lo que siempre hemos
estado escapando, detrás de la pared de nuestra indiferencia, enterrado el lo
profundo del silencio, olvidado y abandonado en el centro de nuestro intrincado
laberinto hecho de cemento y ruido.