Wednesday, February 6, 2019

SALSA


Suenan los tambores golpeando las puertas de mi alma y de este corazón que ya no quería dar la bienvenida a nadie más, en algún momento  estuvieron muy  bien cerradas pero ahora me apuro para abrirlas  de par en par y por ellas entran corriendo la conga  y detrás el güiro, la clave, los timbales, la maraca, los trombones, el piano, la trompeta y todos los demás instrumentos dejando que la música se apodere de todos los sentidos y se lleve a cabo una vez mas  una fiesta.



Recuerdo que la primera vez que golpearon a la puerta fue años atrás, escuche el sonido de la conga desde lejos y me reúse a acercarme al picaporte para abrir esa puerta por la que recientemente se había ido la que hasta ese momento había sido el amor de mi vida , la casa estaba mucho  vacía y fría con su ausencia y en cierta forma yo encontraba placer en esa soledad sin deseos de que nadie ni nada ocupara el lugar que ella había ocupado. En aquel momento me asegure de poner otro cerrojo encerrándome en mi mismo un poco más. Desde el desolado espacio de mi alma oía con prejuicio los sonidos que del otro lado de las paredes sonaban pidiéndome entrar. Llevaba viviendo ya mucho tiempo en los Estados Unidos y pensaba que no debía de caer en el estereotipo del latinoamericano que baila salsa, sobre todo en una cultura anglosajona en la que el baile es menospreciado, también por otro lado en cierta forma yo me había quedado encarcelado en mi pasado plagado de música rock y había levantado paredes de intolerancia hacia otros géneros de música que ignorantemente consideraba en aquellos momentos inferiores. Mi reciente divorcio contribuía a mi aislamiento en el que me lamentaba una y otra vez por todo lo que había perdido. Fue una muy buena amiga norteamericana la que se dio cuenta de que yo necesitaba ser rescatado de mi absurdo naufragio antes de que me perdiera sin remedio en los mares de la obscuridad. Una noche me invito a una clase y a un social de Salsa, me dijo “¡veni proba! y si no te gusta no vuelvas más, pero almenos inténtalo” accedí a su invitación apáticamente sin saber que ahí en esa noche comenzaría la historia de amor mas real de mi vida, no, no con ella, sino con la mística y compleja música de salsa y es que esa noche ya no tendría final.

En aquella fiesta los bongos llegaron golpeando con fuerza las puertas y yo que tantas veces anteriormente me había negado a abrirles me acerque a la puerta y tan rápido como gire el picaporte las trompetas, los tambores, el piano y todos los instrumentos irrumpieron galopando para instalarse en el centro de mi corazón erradicando por completo no solo la soledad que me había dejado mi exesposa sino que desterrando además de un solo soplido de un solo golpe toda la soledad que tantos otros amores me habían dejado en el interior, llenando con ritmo y con melodía todos los rincones de mi ser y encendiendo otra vez el fuego de la chimenea que apagada había quedado después de tantos abandonos.
 Como una fiebre incontrolable poco a poco los sonidos se fueron transportando hacia los pies y hacia todas las fibras del resto de mi cuerpo que deseoso quería expresar los ritmos que ahora vivían en mi interior. Torpemente aprendí y continúo intentando aprender los pasos y los movimientos de este arte que nunca he logrado completamente dominar, pero al que adoro cabalgar como un caballo salvaje que inevitablemente me aleja de mis tristezas cuando más lo necesito.


                                             

  Y fue así que esta música  que no tiene edad y que bailan tanto los jóvenes como los viejos en todos los continentes,  fue así que esta melodía hecha de suaves caricias y duros golpes, que esta salsa hecha de la deliciosa combinación de acordes cargados con la historia negra de la esclavitud y condimentada con sufrimiento, con rebelión, fue así que esta salsa  cocinada al fuego lento de la esperanza y tan llena de dolor como de amor se convirtió en mi amante, mi confidente, mi salvación y mi cobijo ante este mundo nuestro cada vez mas indiferente. Y entonces en estos tiempos plásticos en los que todos y todo parece ser descartable encuentro en ella algo concreto y solido en que refugiarme de la lluvia fría de nuestra superficial sociedad. Suenan los tambores soplan las trompetas y junto con los acordes del piano vienen una vez más para apoderarse de mi cuerpo y para sumergirme en un trance en el que nada mas importa porque estos sonidos se han convertido en la medicina que sana las heridas que la guerras del amor me han dejado y que inevitablemente me llevan a bailar una canción más en un único y exclusivo momento en el que no existe ni  pasado ni  futuro y en el que solo existe ese presente en el que nos abrazamos ella y yo como si fuera siempre la primera vez. 



fotos:

                Matthew Kenwrick