Siento el vacío de tu ausencia en lo más profundo de mi ser, sé que era cuestión de tiempo y que ya resultaba inevitable tu partida al amanecer, al atardecer o al anochecer. Pero aunque lo haya sabido con anticipación nunca deja de doler. Aunque no haya sido una sorpresa, aunque sabía que era algo que tu cansado cuerpo anhelaba y aunque sepa bien que estabas ya anciosa por partir todavía no me deja de quemar por dentro este sentimiento de tristeza de que ya no te volveré a ver, de que ya no me reflejare una vez más en tus ojos claros llenos de amor, de que ya no escucharé tu cariñosa voz en la distancia de una llamada telefónica o en esos maravillosos instantes en los que viajaba a visitarte una y otra vez, de que ya no podré abrazarte o abrigarme en tu cariño incondicional que me regalaste desde mi niñez.
Te fuiste lejos esta vez y por ahora me relultara imposible alcanzarte en la inmensidad de ese absoluto misterioso al que te has lanzado a navegar. En vano desde la costa de mi realidad intento verte en el horizonte de ese infinito océano que es el más allá. Y sin embargo te siento ahí más allá de las estrellas y de lo que mis ojos logran mirar, más allá del tiempo, más allá de todo lo que uno pueda imaginar, te siento ahí presente en ese enigma que algún día a mi también me envolverá, te siento viva madre mía en mis recuerdos, en mis pensamientos y en lo más profundo de mi corazón.
Te siento tan cerca y a la vez tan lejos sin que te pueda hablar pero pudiendome de alguna forma aún comunicar en los profundos ecos de esta soledad. Sé que estás allí y que de alguna forma también estas aquí, sé que siempre vivirás en mis sueños, en mi alma y en mi ser hasta que llegué ese amanecer, ese atardecer o ese anochecer en el que yo también zarpe ilusionado con volverte a ver.